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GALLETA DE LA FORTUNA

GALLETA DE LA FORTUNA: Archivos

Noviembre 15 de 2018:

Para mi suerte, las llamadas sólo duraron dos días, me dejaron en paz de una manera repentina, pero ¿por qué? En fin, aunque no lo parezca, también debo responder con tareas académicas, por lo que debía dejar un último parcial en la facultad, pero sucedió lo más espectacular de la vida. Al parecer, al final del semestre es que todos los estudiantes recuerdan que deben ganar las materias, entonces el cubículo estaba repleto, todos debíamos entregar los últimos parciales y la fila india era interminable, simplemente exasperante. Mis ojos estaban fijos en el suelo, pensando en cuántas personas saldrían de ahí llorando cada semestre.


Estaba totalmente ensimismada, pero un movimiento rápido de manos hizo que aterrizara de nuevo: Matías luchaba por organizar un sin fin de hojas en una carpeta plástica azul. En su contienda, dejó caer casi todos los papeles. De inmediato entré en un debate conmigo misma ¿debería de ayudarlo o no? por cortesía y modales, por supuesto que debía hacerlo. Pero mi promesa de alejarme se iría directo a la basura. ¡Al diablo! Mis sentimientos ganaron, era imposible no ayudar a ese perfecto rostro preocupado.


Con la respiración entrecortada, en absoluto silencio y tratando de no ser torpe, como si mi vida entera dependiera de ello, recogí con delicadeza cada uno de los papeles y los sostuve en mi mano izquierda. Él ni se percató de que alguien muy amable le estaba ayudando. Seguía con el ceño fruncido, muy enojado. Ahí recordé mi primera vez en el sexo, estaba muy nerviosa, sudaba y temblaba, pero esa vez no me dejé vencer; y esta ocasión no iba a ser la excepción, así que me di un leve pellizco y respiré hondo. Cuando por fin acabé mi parte, él se levantó con la elegancia de un rey, pero seguía molesto, ni me miró a los ojos, solo se limitó a recibir las hojas y soltó un amargo “gracias”, como si lo hubieran obligado.   


Me arrepentí como nunca. Maldita sea, la tristeza quería acabar conmigo, pero no podía llorar ahí con tantas personas al rededor, volví a respirar con calma, diciéndome una y otra vez “este semestre fue un desastre”. Le deseé lo peor a Matías, “maldito arrogante”. Ser perfecto no es la excusa para ser tan insolente. Yo solo intenté ayudar de corazón. Tras la amarga situación, la mejor solución fue beber un poco de agua y sacar los audífonos, pero debía alejarme de la música triste o romántica porque estaba a punto de estallar en llanto, entonces busqué algo de electrónica, lo más neutral que se me ocurrió.


Pasaron unos 30 minutos hasta que los estudiantes se empezaron a retirar, ni siquiera me interesé en saber si Matías seguía ahí, solo me importaba entregar mi examen e irme lo más pronto a casa. No quería regresar a la universidad jamás. Bajando las interminables escaleras de la facultad, una enorme y helada mano se postró sobre mi hombro derecho. Era Matías. ¡Dios! es aún más hermoso de cerca, una completa delicia. No presté atención a nada de lo que dijo, solo vi la manera en que esos labios tan rosados se rozaban en un compás perfecto.


No era posible que el mismísimo Matías, el que tanto deseaba, estuviera dirigiendo una serie de palabras hacia mí, ¡me hablaba a mí! Después de esos segundos de estar estupefacta,  tenía que saber lo que sucedía, ¿por qué me había hablado el ingrato que me hizo sentir mal hace un rato? Es inteligente, dedujo que yo no comprendía lo que sucedía, por lo que convirtió su voz gruesa en un tono más grave, me preguntó  ¿escuchaste lo que dije?, yo atónita solo pude negar con la cabeza, a lo que él respondió:


  • Estaba diciendo que lamento mucho haber sido tan descortés allá adentro. No es excusa, pero quiero que sepas que no fue intencional, solo estoy muy estresado. Te lo quiero compensar, ¿ya te vas a casa? podemos comer algo por ahí, solo si tú quieres, claro.


De nuevo, el único movimiento que logré ejecutar fue asentir con la cabeza. A lo que él, aparentemente preocupado dijo:


  • ¿Estás bien? creo que estás pálida. Si te sientes mal o no quieres ir, solo dímelo yo lo respetaré.


¡Reacciona Cristal, reacciona ya! insistió mi subconsciente, muy emocionado.


  • Claro que quiero ir, solo que las escaleras no me sientan bien. Vas a ver que, cuando esté en el primero piso, voy a verme mejor. Dije.


Él sonrió. De inmediato mi presión arterial se elevó, todos mis músculos pélvicos se tensionaron y luego liberaron un pequeño caudal de emociones, tuve un orgasmo involuntario. Mis piernas temblaban y fue un lío bajar tantas escaleras. Matías solo miraba, no dijo nada, pero probablemente se enteró del suceso. Sin embargo, no se desesperó por mi ritmo de tortuga, fue paciente. Cuando llegamos a la primera planta, me desvié hacia el baño. Allá me di un par de cachetadas, tomé mucha agua, retoqué el maquillaje, y lo más importante: cambié de ropa interior por un panty azul, no tan sexys, pero sí limpios.


Salí renovada, fresca y dispuesta a la conquista. Ya me comportaba como alguien normal, a excepción de la estúpida sonrisa que me acompañaba. Matías estaba sentado en los escalones, bellísimo. Le pedí disculpas por mi malestar, y le dije que no había necesidad de que me compensara, que con solo haberse disculpado estaba bien (pero por dentro me moría porque él insistiera en ir a algún sitio), y así fue. Dijo que ya había pensado en un lugar para ir. En el camino platicamos como si nos conociéramos de toda la vida; abordamos temas básicos como nuestras carreras y el semestre, lo difícil fue parecer sorprendida cuando, en realidad, ya sabía la mayoría de esas respuestas.


La conversación fluyó con elocuencia y confianza, el camino se hizo corto. Finalmente llegamos al lugar. ¡Fantástico! un Dunkin’ Donuts. Fue imposible demostrar mi absoluta felicidad al llegar, pero ¿cómo supo que es mi lugar favorito?, ni siquiera me preguntó qué me apetecía comer, es un genio. Da igual, aquí lo importante es que acertó.


No recuerdo el número de Dunuts que comimos, o si bebimos café o jugo de naranja. Solo recuerdo dos cosas: esos hermosos ojos mirándome solo a mí, y  su barba manchada de chocolate, esa que quise lamer con depravación. Mientras él fue a lavarse pensé ¿será que estoy soñando? no bastó un pellizco, tuve que sacar mi celular y comprobar el día y la hora. A lo que me entero de que ‘Mami’ me llamó unas 13 veces. Claro, eran las 8 de la noche, y ella me esperaba en casa aproximadamente a las 4. Matías volvió sin la mancha de chocolate, pero con una pequeña sonrisa seductora, la que se borró de su cara cuando le avisé que me debía retirar.


  • Está bien, Cristal. Fue una tarde agradable. ¿Me regalas tu número telefónico?, no me malinterpretes, solo quiero estar seguro de que llegues bien a casa.


De camino a casa me percaté de varias cosas: primero, nunca había tenido un orgasmo involuntario, nunca; y que una simple sonrisa lo haya causado es magnífico. Segundo, no recuerdo haber mencionado intencionalmente mi nombre porque no nos presentamos; sin embargo es difícil recordar cada palabra que dije, a lo mejor se me salió. Y tercero, ni sé cómo explicarlo. ¿No es increíble la forma en que sucedió todo? no planeé nada, lo juro, pero todo salió… extraordinario. A lo mejor nunca hubo necesidad de perseguirlo, solo se necesitaba una razón para que él se disculpara, y ya está: la historia perfecta de amor que salió de la nada.


Esa noche fue imposible dormir. Mi corazón latía como nunca, con ganas, ganas de vivir, ganas de Matías.

GALLETA DE LA FORTUNA: Bienvenido
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