MAYDAY, MAYDAY, MAYDAY
Noviembre 6 de 2018:
Peligro inminente. Han llegado más cartas anónimamente riesgosas. Las dejan en la biblioteca y en la cafetería. A veces se repite el mismo mensaje “te veo”, otras veces dice “fuiste tú”, la verdad este último me parece más diabólico y amenazante. Sí, fui yo la que empezó acosando a Matías, por eso supongo que la persona encargada de dejar las notas es algún tipo de justiciero que desea que yo, en este caso, sea la acosada. Es obvio: ojo por ojo, diente por diente.
¿Tendré que hacer un pacto con satanás, venderle mi alma, realizar un sacrificio animal o algo parecido para que me dejen en paz? Reconozco que no debí actuar así, que sobrepase los límites, pero yo nunca le enviaría notas así a Matías ni a nadie. Esto sí que me parece una locura total.
Todos los días a eso de las 2 de la madrugada un carro se estaciona en frente de mi casa, ¡en frente de mi casa!, ¿acaso el justiciero no está mucho más desquiciado que yo? Ni tan solo intenta disimular. A lo menos yo trataba de mantener un bajo perfil porque no quería ser demandada. Pero siendo franca, si me dan a elegir entre ser vigilada de una manera tan espeluznante, o una demanda, una posible multa y una orden de restricción, indudablemente prefiero la última opción.
La gravedad del tema es así: el carro llega a las 2 a.m y se marcha poco antes de que yo salga de mi casa rumbo a la universidad, es decir, los lunes y miércoles a las 6 de la mañana, y los martes y jueves a las 5 a.m. Dado a este control de horarios, es obvio que él sabe mi itinerario, y probablemente sabe mucho más de mi vida...
Desesperada y aburrida por el justiciero, decidí buscar un poco de sexo en algún bar de mala muerte, el más cercano a mi casa. Es evidente, los hombres en este aspecto no logran decepcionarme, y ojala nunca lo hagan; no quiero narrar, bajo los efectos del alcohol, una o varias experiencias pésimas en pleno acto sexual, así como les sucede a las desahuciadas de mis amigas, pero a decir verdad ¿qué puedo esperar de semejantes perdedoras? debería tener mejores amistades.
Después de la buena dosis hedonista, prendí un cigarrillo y pensé en Matías ¿qué tal será Adonis en la cama?, ¿tendré tan maravillosa oportunidad? de fondo sonaba una melodía suave, bastante nostálgica, creo que era algún tema de Cigarettes After Sex, pero no logré identificar cuál de tantas obras maestra era.
Después de salir de una corta pero profunda crisis existencial, y sin poder sostener mi cuerpo erecto por los tragos, ya era hora de ir a casa. Mientras caminaba, concluí que después del sexo, el alcohol es lo mejor del mundo. Dado al estado en que me encontraba, solo lograba pensar en cosas lindas: en Matías. Divagando por mis pensamientos recordé un ‘diminuto detalle’: resulta que hay un psicópata con delirios de justiciero que me acecha en frente de mi casa; y es muy posible que me haya seguido hasta el bar y luego hasta el motel.
Pensé: ¿qué tal si viene detrás de mí o está escondido en uno de los tantos árboles que me rodean?. ¡Por favor! estamos bajo el sistema penal de Colombia, llevo una falda diminuta y son las 3 de la mañana; si aparezco muerta los móviles del crimen serían acceso carnal violento, hurto, asfixia mecánica, feminicidio o algo parecido. Nadie llegaría a sospechar: “Ohh y si de repente un desquiciado mental empezó a perseguir a la pobre de Cristal y la asesinó”. El verdugo tenía todas las posibilidades, y para mi desgracia, todas se las había regalado yo.
En efecto, un carro negro casi que inaudible venía a unas dos cuadras detrás de mí. En vez de ejecutar un plan de escape, determiné que estoy perdiendo el tiempo con una carrera universitaria, lo que debería hacer es montar un local para la lectura del tarot, porque me sobran habilidades de adivina, bruja o lo que sea. En fin, volviendo a mi posible homicidio, recordé que era la carnada de un Freddy Krueger, pero como no se trataba de una pesadilla ni de una película, decidí tocar desesperadamente la primera puerta que vi.
Faltaban unas ocho cuadras para llegar a mi casa, ¡ocho! y el carro aceleró un poco más. Toqué con todas las fuerzas que me permitía mi estado de ebriedad. Luego de unos segundos un tierno anciano abrió la puerta. Ni tiempo le dí para analizar quién era, solo entré de repente; casi que a la fuerza. Pensé que me podían acusar de entrar a morada ajena sin consentimiento, o alguna estupidez así. En fin, el anciano fue muy amable, me preguntó qué hacía una señorita tan bonita sola en la madrugada, lo que realmente me avergonzó y tuve que mentir, le dije que había discutido con mi novio y que, el muy imbécil, me dejó tirada en la mitad de la carretera. Era fijo, me gané un sermón eterno a acerca de la juventud y el amor.
Cansada de escuchar la prédica, llamé a la persona más incorrecta para abordar una situación así: la cascarrabias de mi mamá. Como era de esperarse, dio un discurso dramático lleno de gritos e insultos. No sabe guardar la calma. Y tratando de manipular a todo el que la rodea, como siempre, amenazó con enviarme a estudiar a otro lugar. Pero ¿qué importa?, al fin y al cabo lo de Matías era una causa perdida. Fue la noche más larga de todas.
Dormí como hace mucho no lo hacía, como si no me agobiara ningún problema, como cuando era niña y solo me preocupaba por colorear sin salirme de los bordes. Desde esa noche el carro no volvió a mi casa; entonces hay dos posibilidades: primero, que el justiciero planea algo peor, o sintió pena ajena y decidió que ya era suficiente. Da igual, yo prefiero optar por la primera opción, todos saben que en mi vida siempre suceden las peores cosas. Soy un ser sin esperanza.